G.A.D.U.

Aproximación al concepto de Gran Arquitecto del Universo en la Masonería.
Vidriera simbólica situada en la sede de la Gran Logia Unida de Inglaterra.

Algún tiempo después de su creación, la Francmasonería especulativa inglesa fijó los «Landmarks», es decir, las leyes, reglas de obligada observación fuera de las cuales no existen francmasones, solamente miembros de una sociedad profana, no iniciática. Con posterioridad, estos «Landmarks» han variado según las Obediencias, pero con un cuerpo y una idea común. Aún con interpretaciones múltiples, toda Obediencia que se sitúa fuera de estos, en principio, es considerada como irregular por las Potencias Masónicas Tradicionales.

Incontestablemente, la Masonería operativa era de esencia religiosa; y ese carácter se ha conservado en la Masonería especulativa desde su organización a principios del siglo XVIII por el pastor anglicano Anderson. En este entorno es donde la evolución del concepto de G.·. A.·. D.·. U.·. debe ser examinada en el transcurso de los últimos siglos.

Pero, para que todo quede aclarado y puntualizado, parece oportuno definir previamente dos conceptos fundamentales que suelen aparecer frecuentemente: deísmo y teísmo.

El deísmo es una representación mental, que reconoce la existencia de una potencia superior, denominada generalmente Dios y que los francmasones llaman Gran Arquitecto del Universo. Es una creencia basada en la razón, pero que rechaza toda revelación y, por tanto, todo dogma, pero que observa la religión natural. En una palabra, el deísmo cree en una entidad superior incognoscible.

El teísmo, por el contrario, es la creencia en un sólo Dios personal y transcendente y en su voluntad revelada. Es el Dios creador del universo y del hombre, que rige a ambos pues está imanente en toda su creación.

Por eso, el deísta admite que su razón puede concebir la existencia de una potencia supra humana, de un Absoluto, de un Principio, rechazando el analizar las características que escapan a las facultades humanas; en una palabra, a definir esta entidad, mientras que el teísta se considera capaz de estudiarlo y de dogmatizar.

Hecha esta puntualización, es evidente que el problema esencial e indiscutible para el francmasón es la creencia en el G.·. A.·. D.·. U.·., a la Gloria del cual trabaja. Punto primordial del edificio iniciático, es, en efecto, invocado al comienzo y al final de los trabajos en todos los grados, dando así a los masones el sentimiento de participar en ceremonias sagradas, situándose más allá de la humano y eso los ayuda a buscar y a encontrar la plenitud del sentido de la vida.

Es evidente que, así concebido, el significado del G.·.A.·.D.·.U.·. debería, en principio, ser admitido tanto por los teístas como por los deístas, pero ¿qué sucede en la realidad?.

Las Constituciones de 1723, cuya redacción se debió esencialmente a los pastores Anderson y Desaguiliers, y las cuales constituyen la carta universalmente reconocida en la Masonería especulativa, puntualizan en su artículo 1º. :

«Un masón tiene la obligación de obedecer la ley moral y, si entiende bien el Arte (Real), no será jamás un ateo estúpido ni un libertino irreligioso».

Este texto, el cual ha sido interpretado por varios comentaristas como una condena al ateísmo, marca un progreso considerable en relación con los «Landmarks» de los «Old Charges» (Antiguos Deberes) de los masones operativos. En efecto, estos deberes se referían a una hermandad católica, constructora de edificios sagrados y compuesta por logias dispersas. Mientras que las Constituciones concernían a logias especulativas, agrupadas y organizadas, en el seno de las cuales se agrupaban católicos, protestantes, judíos, musulmanes, etcétera.

Esta evolución es la consecuencia, sino el hecho, de que miembros de Iglesias reformadas aspirasen a ingresar en la Masonería y, porque no, a dirigirla. En este estado de cosas, con el concepto de G.·. A.·. D.·. U.·. aparece una de las manifestaciones más significativas de la libertad de consciencia: hombres de religiones diferentes pueden oficialmente reunirse y participar en una obra iniciática común.

Se trata también de una manifestación de tolerancia, tan amplia como el estado de conciencia de la época -sobre todo en Inglaterra- le permitía.

Sin embargo, como consecuencia de diversas presiones, el Gran Maestro Dervenwater, en sus reglamentos del 27 de octubre de 1736 modificó esta concepción liberal, imponiendo de manera formal la creencia en un Dios personal, creador del Universo y Padre de todos los hombres. Precisa: «un masón no será jamás un ateo, ni un libertino sin religión». Esta posición, en regresión a la de Anderson, quedará como la propia de la Masonería anglosajona.

Es de este modo que la 1ª obligación de las Constituciones de la Gran Logia Unida de Inglaterra, publicadas en 1813, a continuación de la fusión de las dos obediencias llamadas de los «Antiguos» y de los «Modernos», prescribe:

«Cualquiera que sea la religión de un hombre o la manera de adorar a Dios, no será excluido de la Orden, siempre que crea en el Glorioso Arquitecto del cielo y de la tierra».

Por consiguiente, el masón inglés debe tener un Dios personal y creer en sus dogmas. Esta posición teísta está confirmada por el célebre escritor masónico Mackey que estima que el «Landmark» esencial es la creencia en la existencia de Dios como Gran Arquitecto del Universo y en la resurrección en una vida futura.

La Gran Logia Unida de Inglaterra, que se autoproclama la Gran Logia Madre de la Masonería en razón de la antigüedad de su fundación, se ve como «la guardiana de los usos y costumbres tradicionales de la Masonería Regular». En una Memoria de fecha 4 de septiembre de 1929, relativa los criterios de regularización de las Obediencias proclama:

«…… que la creencia en Dios, G.·. A.·. D.·. U.·. y en su Voluntad revelada es una condición esencial para la admisión de sus miembros».

A título de ejemplo, la Constitución de la Gran Logia de Carolina del Sur, USA, es también explícita:

«Cualquiera que desee ser recibido masón debe ser informado que debe creer firmemente en la existencia de la Divinidad, que él debe adorar y obedecer en tanto que es el G.·. A.·. D.·. U.·.».

En Francia, la Gran Logia Nacional Francesa, única potencia masónica reconocida por la Gran Logia Unida de Inglaterra, declaraba en un manifiesto de septiembre de 1960:

«La condición para ser admitido en la Orden y para formar parte de la Gran Logia Nacional Francesa es la creencia en el Ser Supremo y en su voluntad revelada. Esta regla es esencial y no admite ningún compromiso».

En la linea del espíritu liberal que le caracteriza, designa a Dios, señalado por Anderson por su concepto fundamental: el Gran Arquitecto del Universo. Este concepto es evocador de un Principio de Orden regulador del mundo manifestado.

Iniciación

Sin embargo, la aprensión de este concepto despierta de la consciencia de cada masón, siendo admitido que la práctica escrupulosa de los rituales, el estudio del simbolismo y el trabajo personal son los únicos medios de acceso al contenido iniciático de la Orden.

Por todo ello, para el masón, el G.·. A.·. D.·. U.·. es el Principio Creador, dinámico por excelencia, organizador del Universo. Pero ningún dogma le está relacionado.

Es posible concebirlo como la ley que rige la materia donde los hombres no pueden percibir nada más que las manifestaciones sensibles; en este caso, el Universo visible, donde él es el Principio conductor y conservador, es la Divinidad en estado de manifestación.

Se puede entender como el organizador, el ordenador, el geómetra, la fuerza ordenadora que lucha contra el caos y lo sustituye por la armonía, es decir, como un principio de orden.

Se le puede admitir también como un Dios creador, principio de la existencia. Este puede ser el Dios de los filósofos del siglo XVIII, también como el Dios de las religiones reveladas. Justifica siempre la lucha del hombre contra la materia, el azar o el destino.

El símbolo del G.·. A.·. D.·. U.·. no está unido a ninguna creencia, expresa, por consiguiente, la fe del masón en la total libertad de conciencia. Se sitúa de una forma natural en le cuadro de la iniciación sobre un plano ideal trascendiendo al caos, exaltando los valores espirituales más altos, dando el gusto por lo sagrado y conduciendo el viaje hacia lo invisible.

«Dios toma toda la masa de cosas visibles que no estaban en reposo, se movían sin regla y sin orden, y las hace pasar del desorden al orden, estimando que el orden es superior a todos los conceptos».

Es igualmente la Divinidad de la que habla Voltaire en sus Diálogos Filosóficos:

«Este Arquitecto del Universo, si es visible a nuestro espíritu y al mismo tiempo incomprensible, ¿cuál es su morada? ¿desde qué cielo, desde que morada envía él sus eternos decretos a toda naturaleza?. Yo no sé ni entiendo nada, pero sé que toda la naturaleza le obedece».

Es también el Dios evocado por Descartes en todas sus Meditaciones:

«Se encuentra en Dios una infinidad de cosas que no puede comprender ni entender, pues su naturaleza es infinita y la mía está cerrada y limitada, por lo que no puedo comprenderla».

En fin, en el Emilio, Rousseau, expresaba:

«La idea de creación me confunde y rebasa mi entendimiento».

Para el masón, el G.·. A.·. D.·. U.·. no es pues necesariamente una persona divina donde la voluntad revelada será visible en la Logia y se explicaría de una vez para siempre por el texto inmutable de una Ley escrita. Es un principio superior que no exige ningún credo.

En relación con el Volumen de la Ley Sagrada, la actitud de la Masonería es igualmente clara. Este libro es la primera de las tres Luces, no sólo como expresión de la voluntad revelada de Dios, sino también como puro símbolo de la más alta espiritualidad humana.

Las interpretaciones del símbolo del G.·. A.·. D.·. U.·. son, desgraciadamente, la base de la división y de la separación de las Obediencias, haciendo fragmentar en diversas instituciones lo que se ha convenido en llamar la «Francmasonería Universal».

Para concluir, es oportuno, recordar la recomendación del Manifiesto del Convento de Lausana de 1875 así concebido:

«A los hombres para los que la religión es la consolidación suprema, la Masonería les dice: Cultivad sin obstáculo vuestra religión, seguid las aspiraciones de vuestra consciencia; la Francmasonería no es una religión, no tiene un culto; su doctrina se encierra completamente en esta bella prescripción: Ama a tu prójimo».

En este espíritu, los masones podemos continuar, sin restricciones, trabajando A L.·. G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·.